La Real Academia Española define la palabra “viajar” como “trasladarse de un lugar a otro, generalmente distante, por cualquier medio de locomoción”. Definitivamente no es la definición que me esperaba… porque no te explica qué sensación vas a tener cuando tu primer avión despegue, no te explica que por muy lejos que te desplaces, llegarás a entender que lo único que te separa entre la gente que quieres y tú son kilómetros… y tampoco te explica que inconscientemente tu mentalidad está a punto de experimentar lo que yo llamo el “efecto paracaídas”: sólo funciona si se abre.
Si
me preguntasen acerca del Erasmus – o en mi caso “acuerdo bilateral” – antes de
venir, lo hubiera definido como unos cuantos meses continuando tu carrera fuera
de casa, conociendo gente nueva y sitios nuevos. En gran parte es así. Sin
embargo, cuando llevas un tiempo fuera de casa te das cuenta de que de ese
primer pensamiento ya no queda nada. No tenía ni idea…
La
teoría todos nos la sabemos, comienzas planteándote una serie de tópicos que
has escuchado alguna vez: al principio te costará soltarte con la lengua,
echarás de menos a tus amigos y tu familia, etc. Y es así como por una milésima
de segundo te llegas a convencer de que habiendo estado una semana en Berlín de
viaje de fin de carrera ya cuentas con “algo” de experiencia”. Pobre iluso, de
verdad.
Lo
que no sabes es la impotencia que llegarás a sentir a tan solo 8 días de tu
llegada, cuando ya no quieras ni preguntar por la dirección de una calle porque
te has resignado a la idea de que el francés que se habla en Québec no es lo
tuyo y jamás lo llegarás a entender. Callarse nunca fue la mejor opción, nunca
fue una opción. Pero aún no lo sabes. Tampoco sabes cosas como que hay gente en
tu universidad que cursa su quinto año fuera de casa combinando los estudios
con 3 empleos porque tiene que encargarse de sus hermanos y en su país de
origen no cuenta con oportunidades para hacerlo, mientras que tú echas de menos
a tus amigos por estar 4 meses estudiando fuera de casa. No lo sabías. Y no sabes que te vas a
encontrar con gente, que con tu misma a edad, ya ha vivido un año en India,
seis meses en Chile y otros tantos meses en Croacia, Cuba y México, mientras
que tú crees tener algo de experiencia fuera de casa porque “has estado una
semana en Berlín”. Y eso tampoco lo sabías.
Hay
cosas que no se saben y no te vienen en la guía del viajero. Hay que estar aquí
para verlo, entenderlo y saberlo. Porque como dice el conferencista y escritor
Dan Millman, “conocimiento no equivale a
sabiduría la sabiduría consiste en hacerlo”.
Y
no hay que tener miedo por el efecto de las decisiones. Siempre piensas en la
gente que dejas aquí y si las relaciones serán iguales. Sinceramente no sé lo
que me voy a encontrar cuando vuelva, ni qué me espera, pero habiendo estado
sólo un mes aquí, lo que sí sé es quién me espera. Y eso para mí, siempre ha
sido suficiente…
Al
final, vuelves y te das cuenta de que ni la gente ni el sitio han cambiado,
todo es igual. Es ahí cuando te enteras de que el que ha cambiado has sido tú.
Por eso yo apuesto por los buenos recuerdos, no las buenas decisiones.
Personalmente,
lo más importante en este tipo de viaje creo que es la actitud con la que te
enfrentas a él. No quiero hacer pensar que quien decide emprender esta aventura
de repente, se le abren los ojos y se da cuenta de las cosas. Ya que al final
uno aprende todo cuanto esté dispuesto a aprender. Lo único que hay que hacer
es abrirse, escuchar y crecer. Así cada día podría ser extraordinario.
Así
que para la gente que necesite salir, tomar el aire y recordarse quién es y
quién quiere ser, definitivamente esto, es algo por lo que recomiendo pasar una
vez en la vida, y cuanto antes lo hagas mejor.
Tú mueves…
Porque lo bueno apenas cuesta dinero
Artículo publicado el pasado sábado día 13 en el suplemento ON de Grupo Noticias.